Cuando éramos niños soñábamos con grandes aventuras, viajes al espacio, super poderes, vidas felices y fantásticas. Teníamos grandes sueños y en ningún momento nos deteníamos a cuestionarlos, para que luego de un profundo análisis llegar a la conclusión de que esos sueños eran inalcanzables. Por supuesto que no lo hacíamos, simplemente vivíamos esos sueños, cada vez que jugábamos hacíamos realidad nuestros sueños. Todo era posible no existían límites.
Hay una historia que me encanta, es del libro El Elemento de Ken Robinson y Lou Aronica, dice así:
Una maestra de primaria estaba dando una clase de dibujo a un grupo de niños de seis años de edad. Al fondo del aula se sentaba una niña que no solía prestar demasiada atención; pero en la clase de dibujo sí lo hacía. Durante más de veinte minutos la niña permaneció sentada ante una hoja de papel, completamente absorta en lo que estaba haciendo. A la maestra aquello le pareció fascinante. Al final le preguntó qué estaba dibujando. Sin levantar la vista, la niña contestó: «Estoy dibujando a Dios». Sorprendida, la maestra dijo: «Pero nadie sabe qué aspecto tiene Dios».
La niña respondió: «Lo sabrán enseguida».
Esta historia nos recuerda que los niños tienen una confianza asombrosa en su imaginación. Ahora bien, todos fuimos niños, eso significa que todos tuvimos esa confianza en nuestra imaginación. Entonces, ¿a dónde se fue esa imaginación?
Realmente no recuerdo en qué momento de nuestra vida hacemos a un lado la capacidad de soñar y la imaginación. Talvez fue cuando llegamos a la adolescencia en que nuestras mentes ya habían sido condicionadas por la sociedad a través de nuestros padres, maestros y otras personas cercanas.
También pudo haber sido cuando llegamos a la mayoría de edad y el mundo nos exigió comportarnos como se supone que debe comportarse un adulto y nos empezaron a presionar porque ya era tiempo de ser serios y hacer algo productivo en la vida.
Realmente creo que no sirve de mucho saber cuál fue el momento exacto en que dejamos de ver el mundo como lo hacen los niños, pero lo que si creo que es muy valioso es volver a conectar con esa capacidad de soñar e imaginar que está adentro de cada uno y atrevernos nuevamente a aventurarnos a vivir cada día con gozo, exactamente como cuando éramos niños, cuando todo lo que imaginábamos era posible. ¿Qué te parece? ¿Empezamos?
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